lunes, 23 de enero de 2012

Flores para los muertos

Cuando se disipo el olor a café de la taza creí que tendría ese valor al fin en la punta de mi lengua, que todo aquel torbellino de verdades comenzaría a caer solo, que a medida que sus lagrimas cayeran en la mesa iba a sentirme un poco mas aliviado, de que al final sabría que todas mis palabras estaban rebuscadas y cuidadosamente seleccionadas para no herir su corazón que con el paso de los años fui haciendo frágil. Una vez que se secó la canela de la taza, y la boca de la taza se torno de un color amarillento decidí que el balde de agua helada tenia que caer. Como podía yo despedirme de toda esta historia entre los dos, como podía suprimir tantos años luchados, mirarle a los ojos y tener la fuerza para decirle que todo era una farsa, y seguirlos mirando mientras se desvaneciera su luz, ¿Que haría cuando rompiera ese algo especial que llevábamos dentro? Cuando lo dijera al fin y esa rotura hiciera una fisura en sus ojos, de donde comenzarían a correr millones de lagrimas.

¿De donde iba a sacar tal fuerza?
La diferencia entre lo que está mal y lo que no hará daño.
Nunca haría algo que le hiciera daño... Mentira.
Nunca le diría que hice algo para dañarla... Está mejor.

Sucios secretos que me quitan una hora o dos de sueño, todos tenemos secretos. Los entierras y los dejas ahí como a los muertos, regresas cuando sientes la nostalgia y te vuelves a ir, hasta que un día las flores que adornaban tu nostalgia se marchitan del todo, nunca regresas al lugar y entonces te pudres de remordimiento.

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